Vilagarcía de Arousa, 20 de diciembre de 2010
Ni Dalí, ni Brueghel, ni Kandinsky consiguieron convertirse en sus únicos referentes. De hecho, el artista plástico y visual Justo Ilhuicamina (Ciudad de México, 1959) asegura que, en varias ocasiones, las pinceladas del pintor flamenco más bien consiguieron interrumpirle la vigilia. “Recuerdo ver pinturas de Brueghel, de esas de recreaciones del mundo del infierno, y de tener pesadillas. Yo las veía, no las entendía”, explica.
Sudores cuyos principales responsables eran los volúmenes enciclopédicos que el pequeño Ilhuicamina cogía prestado de la biblioteca de su madre y su padre, también artistas. Lecturas que lo acercaron a otros ámbitos, como el de la ciencia o el de la tecnología y que hoy sirven para comprender no sólo su trayectoria artística, sino también su propia firma. Un nombre con el que sus progenitores pretendían rendir homenaje a la era espacial. Y es que Ilhuicamina significa “flechador del cielo”. Que adoptase ese cóctel de arte y ciencia que le ofrecieron nada más nacer, fue ya cosa suya. Pudo no habérselo creído, pero el caso es que no pudo evitar sentir “un impulso creativo de vivir”. Y fue la necesidad de descubrir y de conocer, la necesidad de construir algo propio, nuevo y diferente lo que lo guió a la Escuela Nacional de Artes Plásticas. Hoy tiene la certeza de que no podría haber hecho otra cosa.
Pregunta.- Usted define su creación como una obra esencialmente de investigación. ¿Qué se entiende por investigación en el mundo del arte?
Respuesta.- Significaría que es una obra en la que trato a través de diferentes propuestas, de diferentes materiales, de diferentes conceptos, desarrollar lenguajes visuales, propuestas conceptuales e inclusive emocionales desde el punto de vista de la aportación de nuevos elementos. Yo me defino como artista contemporáneo en el sentido en que me interesa investigar con materiales contemporáneos, por ejemplo. La tecnología es un aspecto que a mí me interesa mucho relacionar con el arte.
P.- ¿Por qué?
R.- Porque el arte como actividad creativa es algo profundamente ligado a la tecnología. La tecnología parte de una necesidad práctica, pero es inmensamente creativa. De hecho, está evolucionando por las necesidades de ser constantemente creativos. De estar buscando nuevas fórmulas, nuevas maneras de expresar. Y hoy lo estamos viendo… Facebook, las redes sociales, son una muestra de esa creatividad. Hoy el ciberlenguaje ya es un lenguaje en sí mismo. Es un espacio propio. Y en ese sentido la relación que yo busco del arte y la tecnología es muy estrecha.
P.- Tanto que utiliza materiales de origen tecnológico en sus obras… ¿Qué tipo de piezas recicla?
R.- Circuitos, circuitos integrados, procesadores, transistores, condensadores, placas de pequeños aparatos como móviles, ordenadores… En fin, cualquier tipo de aparato muy ligado al uso contemporáneo. Todo este tipo de componentes, aparte de la investigación que supone abrirlos, los materiales en sí son muy susceptibles también para ser creativos.
P.- ¿Es el material el que se adapta a la obra o es la obra la que reclama cierto tipo de material?
R.- Generalmente es el material. No los busco especialmente. Voy por la calle sin buscar, simplemente me encuentro una impresora, una radio o un monitor… Selecciono, no es cualquier cosa. Algunos aparatos que tengo en casa los destripo, los abro y en ese proceso de descubrimiento, empiezan a surgir las ideas. La fascinación de cómo un objeto puede contener toda una historia. Cómo en una placa base de un ordenador puedes hacer una reflexión sobre toda la historia de la humanidad: las guerras, el sufrimiento, el dolor, la esclavitud, el trabajo, la evolución, la investigación, la economía… Y llegar a la conclusión de que un ordenador es el instrumento humano más complejo que jamás se haya construido.
P.- Además de materiales inorgánicos, utiliza materiales orgánicos. ¿Cuáles ha usado y qué le aportan a su trabajo?
R.- Utilizo prácticamente casi todos, como semillas, arroz, granos de café, ramas, escarabajos, avispas… El mundo de los materiales orgánicos es muy interesante porque es un material que tiene vida propia, que nace y muere. Eso para mí, conceptualmente, es muy importante porque yo pienso que la obra tiene derecho a morir. El concepto clásico del arte es que la obra tiene que ser eterna, perenne, colgarse en un museo y permanecer por el resto de la eternidad. Mi concepto es distinto. No me interesa la eternidad. Es un concepto que me agobia y que me condena. La eternidad siempre ha sido algo muy ligado a los principios absolutos, inclusive a los fascismos. A lo estático, a lo eterno, lo permanente, lo que nunca cambia. Y todo cambia.
P.- Usted mismo divide su producción artística en “obra gráfica”, “pintura digital”, “obra plástica” y “arte objeto”. A esta última pertenece la serie Ilhuicas: unas criaturas con personalidad y nombres propios que podrían llegar a desvelan cierta mirada infantil por parte de su creador. ¿Es su filosofía de vida similar a la de Peter Pan?
R.- Algo de eso hay, sí. Los Ilhuicas son personajes que surgen sobre todo del juego y del divertimiento. Es una forma de expresión que surgen sobre todo con ese sentido pero que corresponden a lo que viene siendo la obra del arte objeto. Efectivamente el mundo infantil es un mundo maravilloso desde el punto de vista que es un mundo libre, sin contaminación, abierto. La diferencia es que yo soy un niño mayor y tengo conciencia y conocimiento de muchas cosas. Pero al mismo tiempo me estimula y me satisface mucho la evocación de ese mundo. Es un mundo que recrea la fantasía por un lado, pero por otro lado también invita al ingenio. A las posibilidades de construir, de soñar y de que todos tenemos sueños y de que tenemos que trabajar para construirlos. Ese es el mensaje que tiene buena parte de estos personajes.
P.- El reportero gráfico José Luiz Oubiña nos comentaba en una entrevista anterior que una de las características que diferenciaba a la fotografía latinoamericana de la española era el divertimento, una función que está presente también en su obra. ¿Cree que se trata de un elemento común en el arte latinoamericano?
R.- Estoy muy de acuerdo en que mi obra en este caso entraría muy en esa línea de lo que es el divertimento. Ya no estoy tan seguro de si eso es una diferencia radical o confrontable con respecto al arte español o europeo. Desde luego hay diferencias conceptuales y hay diferencias, sobre todo, de ritmo y de maneras. Cuando se habla de lo desenfadado o del divertimento es tal vez porque la sociedad latinoamericana, por ser más joven, es más desenfadada, con menos miedo al atrevimiento, con menos miedo a la mezcla y con menos seriedad frente a lo que es tradicionalmente el arte o el concepto europeo; que suele ser más antiguo, más maduro pero tal vez, en muchos momentos, más hermético o más limitado. Pero supongo que habrá quienes lo practiquen en un lado del océano y quienes lo practiquen en el otro lado del océano. No creo ni que el divertimento ni la seriedad sean patrimonio de unos o de otros.
P.- Además de atreverse con multitud de materiales diferentes, en su obra apuesta por la interactividad...
R.- Bueno, mi propuesta interactiva es bastante artesanal, bastante rudimentaria en términos plásticos. Suelen ser obras que están hechas para jugar con ellas, para sentirlas, para tocarlas, como si fueran un juguete. Te invitan a que tú participes de ella, que puedas inclusive hablar con ella, que puedas jugar con ella, que puedas mover sus piezas, porque casi siempre están compuestas por piezas móviles. Y a partir de ahí sentir que es una obra viva y que forma parte de tu vida.
P.- ¿Y cómo acoge el público este tipo de propuestas?
R.- Normalmente, por desgracia, hemos vivido en una cultura desde el punto de vista artístico-visual más contemplativa, más pasiva. Más de espectador. Pero obviamente, como todo, evoluciona. Es algo que poco a poco la gente va entendiendo. Lo que pasa es que se necesita un poco de tiempo, la paciencia para explicarlo, las posibilidades y los medios para poderlo proponer... Efectivamente hay gente que le cuesta. Pero con un poco de estímulo, un poco de información, un poco de cariño y de sugestión, se puede iniciar ese proceso.
P.- ¿Siente que su trabajo es apreciado?
R.- Sí y no. Soy más valorado por el mundo de la gente del arte o que vive y que está en torno al mundo del arte. Por otros también, tal vez de una forma más intuitiva o más irracional o más inconsciente. Pero yo entiendo que a veces mi obra cueste llegar o entenderse. Sin embargo pienso que en general tiene buena aceptación.
P.- Después de estar en Francia, Nueva York, Italia, Alemania… y de vivir un año en Barcelona, en 1985 aterrizó en Redondela, de donde es su compañera. ¿En Galicia se valoró su obra igual que la de un autóctono?
R.- Eso es difícil de cuantificarlo. Desde el punto de vista artístico no puedo decir que me sienta yo devaluado o no valorado. Pero desde el punto de vista del contexto social, tal vez sí. Tal vez por la cuestión de lo que es la realidad contemporánea, de la sociedad, de lo que son las relaciones políticas, de lo que es toda la problemática de la integración, del encuentro o desencuentro con el extranjero, con el que es distinto. Entonces sí, tal vez hay ciertos obstáculos. Tal vez hace falta todavía reconocer más otros caminos que pienso que en la sociedad gallega aún hay lastres. Que les cuesta entender todavía ciertos conceptos, que el lenguaje artístico es universal y que en este aspecto, venga de donde venga, hay que abrirse, hay que ser generoso y hay que aceptar las influencias de otros.
P.- Hablando de influencias, ¿influyó Galicia en su producción artística?
R.- Ha habido cierta influencia, sí. No sé exactamente qué tipo de influencia ni sé cómo. Tal vez en la temperatura media de la obra gráfica, porque mi obra gráfica tiene mucha influencia del azul y del verde. Pero es difícil hacer una descripción exacta de cuál es la influencia real. Pensando en cuanto al mar… para mí tal vez la influencia mayor es la influencia anímica. La sensación, la paz, la tranquilidad que me permite la contemplación de un horizonte o un atardecer aquí en Galicia, es algo que ejerce una especial fascinación. Es muy distinto a otros atardeceres que también me gustan, como en México obviamente.
P.- ¿Plasmó alguna vez en su trabajo el tema de la inmigración?
R.- Pues no, fíjate. Nunca me he limitado a un contexto ni político ni económico ni social. Mi obra es esencialmente universal. Mi propuesta o mis intenciones en una obra es compartirla tanto en esta sociedad en la que vivo como en la sociedad oriental, árabe o cualquier otra. El problema de la inmigración es un problema más bien social, político. En cuanto al arte, para mí no lo es. Eso lo tengo claro. En todo caso lo único inmigrante son los materiales que emigran hacia otro plano del espacio. Nada más.
P.- El espíritu del descubrimiento lo trajo hasta aquí. ¿Hoy tiene pensado regresar?
R.- No lo sé... No podría saberlo. Yo vivo mi presente. No tengo realmente una idea clara de si volveré o no volveré. Dependerá de muchas cosas. De todas maneras tengo que decir que cuando yo salí de México por primera vez siempre supe que inicié un viaje que no tenía vuelta. Es muy probable que nunca más vuelva. Nunca más vuelva conceptualmente hablando. Físicamente puedo volver al lugar de donde provengo. De hecho yo estuve el año pasado en México, pero el hombre que volvió el año pasado no fue en absoluto el hombre que se fue. Yo nunca volví a México, nunca he vuelto, posiblemente nunca vuelva porque tal vez simplemente nunca me he ido. Estoy donde tengo que estar.
Entrevista por Deborah Castro
Fotos de Marthazul
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